Este es Lucky. Tiene 11 años y ahora tiene más achaques que
momentos “plenos”, por así decirlo.
Llegó a mi vida cuando yo tenía 15 años, mi madre por fin
aceptó lo que llevaba desde chiquitita pidiendo. La primera noche que llegó me
la pasé sin dormir, mirándole fijamente. No sabía que esa noche sería la
primera de muchas que pasé en vela por él. Me enseñó la lealtad, la
responsabilidad, el sacrificio y todo el amor que una cosa tan pequeña puede
ser capaz de dar sin pedir nada a cambio. Un amor sin medidas, un cariño
desbordante.
Aunque a veces me enfade, aunque me dé pereza sacarle o me
despierte por las noches para que le meta en mi cama porque tiene frío. Son
cosas que no cambiaría por nada. Hubo una época dura: perdió la movilidad de
sus patas traseras y no podía andar. Yo me pasaba todas las noches despierta
para que si se intentaba levantar no se cayese al suelo; le llevaba cogido a la
calle y le sostenía, pero poco a poco y como buen luchador que es consiguió
volver a andar.
Cuento esto porque se acercan unas fechas muy especiales,
unas fechas donde soy consciente de que muchas personas regalan a sus seres
queridos mascotas (perros, gatos, pájaros,etc.) y muchos de ellos terminan
abandonados por una u otra razón. Son seres vivos, tienen sentimientos y
necesitan cuidados. Si una persona no es capaz de hacerse cargo de un ser vivo,
como diría Arturo Pérez Reverte, “comprad un peluche”.
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